Estaba leyendo ‘El alma de la toga’, de Angel Ossorio, y me encontré una nota al pie de página muy interesante. En efecto, dice el autor:
«Me congratulo copiando unos párrafos de cierto artículo del notable literato Azorín, publicado con el título de ‘El personal político’, en el número de A B C de 4 de octubre de 1917:
«¿Por qué la política está acaparada por los abogados? La contestación pudiera darla el personaje popular francés -el capitán La Palisse- a quien se le cuelgan las verdades evidentísimas. Los abogados dominan, han de dominar, dominarán en la política, porque son precisamente los hombres dedicados desde la universidad al estudio de los problemas del Derecho y de la política. ¿Qué relación tienen con la política la Ingeniería o la Medicina? Además, siendo los juristas oradores -por qué (sic) es indispensable serlo- y siendo la oratoria medio de entenderse con las multitudes y en las asambleas parlamentarias, forsozamente una clase de hombres fértiles y expeditivos en la palabra, ha de dar un contingente considerable a la política, y ha de dominar en la política. Sucederá esto siempre, constantemente, como por una ley natural. Y ¿qué daño se produce con que suceda? ¿Qué ventajas tendríamos con que no sucediera?
Se habla de técnicos y de hombres de negocios. WELLS acaba de decirlo. No hace falta recordar la enemiga de algún ilustre político español contemporáneo hacia lo técnico. Hay momentos de confusión, de general laxitud y hastío, en que puede ser deseable el que un hombre ajeno a la política, entre en ella de pronto y raje, corte, machuque a su capricho. (Nosotros expresamos nuestras reservas sobre la eficacia duradera de tal cirugía devastadora). Decimos esto, refiriéndonos, no a los técnicos, sino a esos otros hombres realistas y profanos a que se refiere el autor inglés. Puede ser que eso se juzgue conveniente en un determinado momento; pero la marcha de un país, la marcha fecunda y normal, ¿cómo podrá ser regulada por personas ajenas en absoluto a estudio y problemas del derecho y de la política? ¿Cómo podrá ser llevado un país a saltos, por cuestas y cotarras, como quien dice, violenta y arbitrariamente? En cuanto a los técnicos, buenos son, excelentes son: en Hacienda, Bellas Artes, en Industria, en todos los departamentos ministeriales debe haber personas entendidas en las diversas materias sobre que se gobierna; pero la dirección suprema, el impulso inicial el camino ideal que ha de seguir una Nación no es preciso que lo den ni lo marquen especialistas en tales o cuales materias. Las direcciones supremas de un país, basta con que las den hombres inteligentes y de recto sentido moral. El mal, a nuestro juicio, no radica ni en que los políticos sean juristas ni en que los técnicos estén apartados de la política. Para nosotros es una ventaja que el jurista sea político; tiene, como es lógico, el jurista un sentido de la realidad jurídica, de los casos y de las circunstancias, que no posee un hombre ajeno a esos estudios. Y la gobernación de un país, es decir, la elaboración continua e ininterrumpida del derecho, elaboración práctica y diaria, no es más que casuismo, sentido instantáneo de la realidad»».
Tomado de Azorín. El personal político. En: A B C, 4 de octubre de 1917. Citado por OSSORIO, Angel. En: El alma de la toga. Bogotá: Leyer, 2005, p. 126.